Ni siquiera sabemos todavía de qué tamaño será el golpe económico y sanitario en México, pero el presidente Andrés Manuel López Obrador insiste con un empecinamiento, digno de un mejor rumbo y destino, en que la recuperación será rápida y para ilustrarlo utiliza el símbolo de la V, que no se sabe si es la V de la victoria o la V del virus.
Andamos estos días como anonadados porque desconocemos incluso cuándo, en qué momento, el virus de la pandemia originada oficialmente en China –aunque hay estudios según los cuales el Covid-19 estaba ya presente en Barcelona en el primer trimestre del 2019- pudiera llegar a término o al menos a una contención fehaciente.
En este momento nada hay todavía claro y razonablemente creíble en torno a la evolución, comportamiento y desenlace del virus que tiene a la humanidad en un puño, dicho esto sin exagerar. Las cifras, incluso en China, revelan que el bicho sigue haciendo de las suyas. En estos momentos hay al menos medio millón de personas confinadas muy cerca de Beijing tras un rebrote del virus que las propias autoridades del gigante asiático han calificado de “grave y complejo”.
Esto mientras que en el mundo el número de contagios supera a estas horas los 10 millones de personas y la cifra de muertes rebasa las 500 mil.
En México, el impacto del virus rebasa los 200 mil casos de contagios, con más de 26 mil muertes y una tasa letal por encima del 10 por ciento.
En materia económica, las cosas tampoco dan para asegurar nada y muchos menos algo bueno. Nos movemos en el mundo de las estimaciones, las proyecciones y el cálculo. Hay datos duros, claro, pero desconocemos todavía de qué tamaño será el daño cabal y total de la pandemia porque ésta se comporta de manera errática, pero acelerada.
Sabemos que en la economía formal en México –de menor tamaño comparada con la informal- se han perdido no menos de dos millones de empleos y que en abril al menos 12 millones de mexicanos en edad productiva o laboral perdieron sus ingresos. Sabemos igualmente que más de 200 mil empresas, micro y pequeñas, ya fueron impactadas por el virus y que el gobierno, empecinado en sus esquemas de transferencias directas y clientelares, permanece inamovible e insensible ante el desastre. Asume que sus dádivas con cargo al erario del país bastarán para impedir el colapso previsible.
El Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y el Banco de México (BM) han coincidido en advertir que México resentirá una caída del PIB de entre menos cinco y menos 10.5 por ciento. Pero desconocemos en este momento cuál será el tamaño real del carambazo económico y sanitario del país.
Sólo en abril último y conforme al Inegi, el PIB cayó casi 20 por ciento contra igual mes del 2019, el peor desplome económico del país desde que hay registros en 1993, atribuido al retroceso de los sectores industrial (29.3 por ciento) y de servicios (16.4 por ciento). A esta caída se le considera “histórica”, pero es sólo hasta el mes de abril y la pandemia sigue.
Así andamos, pues, pero el presidente, un político que poco conoce de economía y menos de asuntos médicos, se aferra a sus previsiones, datos y consideraciones para asegurarnos que la recuperación será rápida y robusta. Ah, qué el presidente. Ojalá, otra vez ojalá, le asista la razón y que su empecinamiento, ese que tanto le ayudó a alzarse con la presidencia hace dos años, no constituya hoy su peor obstáculo en la ardua tarea de gobernar con éxito.
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@RobertoCienfue1