A ver. Aconsejaban por allí los mayores no hacer cosas buenas que parezcan malas ni malas que parezcan buenas. Exacto. Recordé este consejo a propósito de la mascarada hecha por la 4T con la llegada a México del ex director de Pemex,
Emilio Lozoya Austin, quien aceptó su extradición con base en un acuerdo con la Fiscalía General de la República (FGR), que le otorgó la condición de testigo colaborador y se acogió al beneficio legal denominado “criterio de oportunidad”.
Al caso vino el recuerdo del montaje televisivo y a todo color hecho nada menos que en tiempos de Genaro García Luna, titular de la Agencia Federal de Investigación (AFI), ya extinta, y también de Seguridad Pública en el gobierno del panista Felipe Calderón Hinojosa, con la captura de la francesa Florence Cassez y su banda de secuestradores Los Zodiaco, que generó incluso una crisis diplomática entre México y Francia, resuelta con la liberación de la ciudadana francesa a instancias nada menos que del presidente galo, Nicolas Sarkozy. Menos mal que hoy las cosas son diferentes y que los funcionarios de la 4T son distintos a los que los antecedieron. Imagínese que fueran igualitos, idénticos. ¿Qué pasó?
También recuerdo junto con usted seguramente el papelón “de la Paca” en tiempos del procurador panista Antonio Lozano Gracia y del subprocurador Pablo Chapa Bezanilla y las osamentas como parte de las investigaciones criminales por el asesinato del secretario general priista José Francisco Ruiz Massieu en septiembre de 1994.
¿Por qué traigo esto a colación? Vea usted. A Lozoya Austin se le trajo a México desde España en un avión privado, conforme se deriva de la matrícula de la aeronave Challenger 605, XB-NWD. Se dijo que el avión pertenece a la FGR, pero en realidad fue un vuelo privado. Podría decirse que “haiga sido como haiga sido”, Lozoya llegó a México, pero el hecho es que hubo una falsedad innecesaria y seguramente costosa con cargo a quién sabe qué bolsillos o patrimonios pecuniarios.
Luego, se engañó a un grupo amplio de reporteros que cayó en un señuelo impropio montado u orquestado desde una esfera pública de actuación y responsabilidades. Contra lo que se había anunciado oficialmente, Lozoya nunca fue llevado al Reclusorio Norte, sino a un hospital privado luego de una revisión médica que contradijo –curiosamente- el dictamen médico emitido en España antes del embarque del personaje a México. Resulta que Lozoya sufre “debilidad general”, anemia y algún mal del esófago. Curioso igualmente que en un vuelo de 13 a 14 horas, Lozoya se haya puesto anémico. Quizá le negaron alimentos y bebidas, así haya sido un vuelo privado. Austeridad, tal vez. Lo peor sería que el mal del esófago le estropeara las cuerdas vocales y nos dejara a la inmensa mayoría de mexicanos con los crespos hechos. Ese mal esofágico le valió a Lozoya el internamiento en un hospital de lujo o fifi, de esos que tanto aborrecen los actores y pregoneros de la 4T, salvo que sean para el uso de ellos mismos, claro.
Entiende uno y hasta se justifica el uso de un aparato policial para resguardar a Lozoya, cuya vida –no tanto por sus males de salud que le encontraron en México- pudiera estar en riesgo por la información que posee y que prometió despepitar. Hasta allí puede justificarse, pero no así el engaño burdo y el uso de un doble para despistar a la prensa y mal informar a la ciudadanía. ¿Pues no que ya no se hacen acuerdos en lo oscurito y que hay total transparencia por aquello de que la verdad es revolucionaria? ¿Entonces en qué quedamos? ¿Les creemos?
Es probable que Lozoya nunca pise siquiera uno de esos horrendos recintos penitenciarios de la ciudad de México como parte de los acuerdos con la Fiscalía, cuyo contenido se ha regateado a la ciudadanía del país.
Se determinó además que el proceso jurídico al ex director de Pemex será a puertas cerradas y con un veto a la prensa. Si acaso habrá whatsapp. No se quejen milenials.
La información y las pruebas que posee Lozoya –que le garantizan su libertad y la imposición de sus reglas- serán útiles por supuesto para él y su familia, pero sobre todo para que la 4T tenga por un lado el control total de sus adversarios –de sus aliados no hace tanta falta ahora- y para que se alimente el discurso oficial anticorrupción cuando es claro que urge un salvavidas del tamaño del país en momentos de naufragio, y que alcance para la próxima alcabala electoral del 21.
Los flujos de información que suministre el testigo colaborador se usarán seguramente con base en el criterio de oportunidad y “según el sapo la pedrada”.
Así que nada nuevo bajo el sol de la 4T. Otra oportunidad perdida, así se pregone que “no somos iguales”, pero casi. Y vuelvo al consejo: “no hagas cosas buenas que parezcan malas” o malas que tengan que disimularlas o encubrirlas como buenas.
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@RobertoCienfue1