Antes de escribir estas líneas me pregunté si tiene algún sentido hacerlo. Más allá del compromiso de emborronarlas para su publicación calendárica y aún de la necesidad, asociada con un placer intrínseco de redactarlas, la motivación de escribir esto radica en compartir información sobre hechos y/o fenómenos cotidianos que nos impactan a millones de mexicanos en forma cotidiana. No debería hacer falta, pero en medio de un país polarizado,
bajo sospecha y parcialmente satanizado, aclaro que mis opiniones y enfoques son de mi absoluta autoría y responsabilidad. Admito y asumo el riesgo de equivocarme. Es más, acepto que es altamente probable que me equivoque. Rechazo sin embargo y estoy en condiciones de demostrarlo si es que fuera necesario que al escribir mis opiniones y/o reflexiones sólo me impulsan el interés y amor por México, mi país, así como la preocupación primero por mi persona y enseguida por mi familia y todas las que conforman y en las manifestaciones que cada una de ellas disponga, a nuestra entrañable nación.
Dicho esto, insisto en la pregunta inicial sobre si tiene algún sentido y si acaso algún valor, persistir en la casi necedad de escribir estas líneas. Desconozco la respuesta a esta pregunta, pero rechazo de plano y espero que por mucho tiempo más la alternativa de claudicar o darme por vencido. Rechazo esto último como una opción, especialmente en momentos en que nos toca como mexicanos y en cualquier actividad que nos comprometa y/o involucre, dar la batalla –del tamaño que sea- por México.
Sabemos sobradamente cada uno de los ciudadanos mexicanos y aún amplios sectores juveniles e incluso infantiles, que lo resienten en diversas formas cada día, que nuestro país padece una crisis. Se trata de una crisis profunda, severa y peligrosa, que seguramente será recordada por nuestros hijos y aún los hijos de ellos si es que alguna vez deciden a favor de la descendencia, algo esto último que de manera creciente muchos jóvenes mexicanos están posponiendo o de plano, cancelando, en buena parte por la situación económica y social del país.
Ratifico mi interrogante inicial: ¿tiene algún sentido escribir? Y peor aún, hablar sobre un escenario nacional que tiende a agravarse como consecuencia de la crisis sanitaria, económica, de seguridad pública y ahora de una confrontación política que ojalá se redujera a las rivalidades electorales y que exacerba la crisis del agua en la frontera norte, el cisma de la Conago, la pretensión de enjuiciar a ex presidentes mediante consultas populares, los comicios del 21, la guerra sucia a través de videos y la descalificación del enemigo o competidor político, entre otros fenómenos más.
¿Tiene algún sentido insistir en que el país está en crisis? ¿Para qué sirve decir que los flancos de batalla entre los bandos políticos que gobiernan recrudecen casi a la misma velocidad que el desplome económico y sanitario, de seguridad pública y aún de estrechez de recursos financieros y/o económicos? ¿De algo sirve que se nos anticipe un 2021 como el año probablemente más complicado en materia económica, financiera y social en casi 100 años?
Es más, para qué sirve que Jonathan Heat, el lúcido subgobernador del Banco de México, advierta que Pemex es hoy un dolor de cabeza para el gobierno y puede convertirse en un cáncer incurable? ¿Sirve de algo? ¿Alguien atiende? ¿O debe desairarse el tema porque quien lo dice seguramente es un neoliberal o incluso pudiera considerarse un opositor?
Es tiempo de ponernos atención entre todos los mexicanos, incluyendo a pobres, clasemedieros, ricos, empresarios, financistas, funcionarios públicos, legisladores y gobernantes en los tres órdenes de gobierno. Hay que tendernos la mano y dejar la arrogancia, el servilismo como contraparte, la descalificación por sistema. Es oportuno renunciar de una vez y al menos por una vez a considerarnos la quintaesencia de la verdad, la honestidad y el pulcro e infalible ejercicio gubernamental.
Es tiempo de vernos como mexicanos, como co-propietarios y socios de una sola geografía. Aun en medio de las diferencias propias entre seres humanos, estamos ante la obligación y el imperativo histórico de salvar a nuestro país antes de que naufraguemos ante una crisis colosal que hace palidecer a otras del pasado. Queda tiempo, pero no mucho. Hay que hacerlo con enjundia y humildad, pero sobre todo con espíritu nacional. Nos necesitamos todos. Nadie cometa el error de proclamarse victorioso sobre la derrota, la humillación y la muerte del otro, nadie y mucho menos en la actual circunstancia.
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@RobertoCienfue1