A propósito de la pugna por el agua en Chihuahua, un tema siempre crítico en México, anoto el que hace años afecta al municipio guanajuatense de Dolores Hidalgo, cuna nada menos como sabemos de la independencia nacional, la efeméride que mañana martes honraremos y tal vez conmemoraremos aun y cuando sea encerrados segura y previsiblemente a piedra y lodo en nuestras casas nada menos que por el temible Covid-19.
Hace décadas, Dolores Hidalgo, en pleno corazón del país, exporta hortalizas a Estados Unidos, lo que lo convirtió en un exportador neto de agua al todavía poderoso vecino del norte.
Al menos una década atrás, estas exportaciones han sometido a una sobreexplotación a los recursos acuíferos y a un abatimiento de los mantos freáticos de esa región. La producción de hortalizas en una buena parte de los municipios guanajuatenses demanda mucha agua. En números y según expertos del tema, cada kilo por ejemplo de lechuga incorpora 990 gramos de agua en promedio. Así que cada vez que se exporta una lechuga, los mexicanos perdemos esa misma cantidad de agua.
Esto me lo han contado ex alcaldes y productores de la zona, que vienen alertando sobre el fenómeno. Además de la lechuga, esto también ocurre con otras hortalizas como el brócoli o la zanahoria, que luego importamos y pagamos con sobreprecios por la incorporación de valor agregado.
Como prácticamente también ocurre siempre, Estados Unidos nos lleva la ventaja. El imperio norteño cuida su agua y por ello mejor nos vende granos como el maíz y el frijol, que no sólo son más fáciles de producir, sino además y sobre todo, demandan una cantidad mucho menor de agua.
Numerosos productores de la zona se han cansado de alertar sobre las mermas crecientes de agua. Han estimado que los mantos han bajado unos cuatro metros en los últimos años.
La producción agropecuaria en esta zona guanajuatense incluye cebolla, jitomate, sorgo y maíz.
En San Luis de la Paz, por ejemplo, el 75 por ciento de los habitantes depende de la agricultura, pese a que la cuenca de la laguna seca es un vaso nada más y hay ausencia de aguas subterráneas.
Antes, el vaso procuraba hasta 57 metros por segundo. En los últimos años y aún bombeando a casi 200 metros, daba menos de 20 litros. Esto significa claro que los mantos acuíferos se van muy abajo, lo que resulta preocupante por decir lo menos.
¿Qué les queda a los productores en esas circunstancias? Pobreza, carestía y emigración, aun cuando esto último constituya un recurso desesperado y cada vez más constreñido, y peligroso aún.
Pasan los años en México y siguen los peligros asociados a los problemas irresueltos. Resulta un misterio cómo pervivimos los mexicanos y de qué manera es posible todavía que el país siga en pie pese a la dimensión de sus problemas, muchos de ellos irresueltos como digo y más bien y como consecuencia, agravados.
Viene a mi memoria, por ejemplo, una charla hace años con el entonces titular de la Semarnat, Alberto Cárdenas Jiménez, quien entusiasmado me refería la necesidad y aún urgencia de planificar en México con base en las cuencas hidrográficas. La idea me pareció entonces una promesa de desarrollo para México, una promesa de innovación y sobre todo una promesa inteligente. Y sin embargo… los años pasan y las ideas mutan, se desechan o simplemente mueren. El país sigue, no sé cómo, pero sigue. A veces creo en los chamanes y sus recursos milagrosos.
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@RobertoCienfue1