Desconozco cuántas, pero estoy seguro de que el presidente Andrés Manuel López Obrador se habría ahorrado en beneficio de él y de México por supuesto -si le interesara, claro- millones de críticas, señalamientos, encorajinamientos y no sé qué más, si hubiera invertido en estos dos años de su gobierno una parte mínima de su enorme capital político en mostrar un poco, si, un poco, de mesura, empatía y buen ánimo incluso con sus adversarios.
En lugar de esa alternativa, el mandatario abrió y alienta la línea de la confrontación, de la rispidez, y aún del yo tengo otros datos. Lo acaba de hacer en su informe en Palacio Nacional por su segundo año de gobierno, donde presumió con un dejo de soberbia, que tiene el respaldo del 71 por ciento de los mexicanos, un índice ciertamente envidiable y que sorprende especialmente porque es un hecho palmario y fehaciente que México está enfrentando una crisis histórica que combina -como ya se ha apuntado millones de veces- un desastre sanitario las cifras aterran y que se teme podrían multiplicarse a escalas inimaginables en los días que vienen. La crisis también expresa un profundo desastre económico con una caída del Producto Interno Bruto entre el 8 y el 10 por ciento al cierre de este año fatídico. Ni hablar de los índices de pobreza acrecentados en México como consecuencia de la pandemia y aún de una política económica que se asume novedosa y un ejemplo para el mundo, pero que discurre entre la incertidumbre y aún el temor de que vaya a repercutir en un sonoro fracaso, que nadie en su sano juicio debiera esperar. Se añade al espeluznante escenario nacional la realidad criminal, así y muchos estemos aprendiendo a sobrevivir en un país donde la vida poco o nada vale, según captó y expresó el gran José Alfredo Jiménez.
Este prolegómeno más o menos extenso sirva de base para la sorpresa que generó en quien esto escribe la aceptación en la víspera del presidente López Obrador sobre la realidad económica que una amplia base de mexicanos captamos, percibimos y aún enfrentamos en el día a día del país .
Dijo López Obrador que este 2020 “no ha sido un bueno año”. Añadió que la pandemia “tumbó” la economía mexicana, de la misma forma que repercutió en todo el mundo. Dijo más el presidente. Se dolió de la pérdida de vidas en México como consecuencia de la Covid-19. Es “lo que duele más”, confesó en un discurso para inaugurar el Centro de Distribución Metropolitano del Grupo Bimbo.
Todavía más. López Obrador admitió la necesidad, si, la necesidad de que haya colaboración entre el sector público, el sector privado y el sector social. Esto para impulsar el desarrollo de México.
Francamente este discurso del presidente trasunta un giro, no sé si alentado por la renuncia del empresario Alfonso Romo a la Coordinación de la Oficina de la Presidencia, por el desastre combinado que enfrenta México o, si fue porque de pronto está invadiendo al Jefe del Ejecutivo el espíritu navideño que convoca a la fraternidad, la generosidad y la armonía entre las personas en general, al margen de las situaciones, condiciones y emociones humanas.
Otro gallo podría y debería cantarle a México si nuestro presidente, en lugar de zaherir al prójimo, animara la concordia, la colaboración, la buena voluntad, el esfuerzo mancomunado de los mexicanos en general porque al final de todo es un hecho que nuestro país nos une y debe unirnos.
México requiere de manera urgente un presidente conciliador, sensible, unificador, no un peleonero y un gobernante que prefiere argumentar por qué no, en lugar de buscar fórmulas para dar a México el triunfo, la satisfacción y el orgullo del por qué sí. López Obrador tiene aún el espacio político y la edad ideal para actuar como un presidente que en lugar de romper madres los días proceda como el gobernante ecuánime, sereno, reflexivo y audaz que abra una ruta nacional de concordia, entendimiento, desarrollo y sobre todas esas cosas, de respeto irrestricto a la ley y la democracia. Eso sería bastante para los cuatro años que le restan en Palacio Nacional. Seríamos muchísimos más los que le agradeceríamos, muchísimos más que los 33 millones de conciudadanos que le dieron la presidencia de México,
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@ RobertoCienfue1