Coctel letal

El hecho de que México se aproxime a los dos millones de contagios y casi 160 mil muertes por la Covid-19, un par de cifras que estremecen porque revelan un océano de dolor nacional, parece sintetizar,

 resumir o expresar una serie de variables críticas y aún catastróficas.

Deja ver muy desafortunadamente la impericia de un gobierno frente a una crisis sanitaria inédita desde su surgimiento o irrupción en México. También revela la ausencia de una infraestructura médica mínimamente suficiente, que data de años si recordamos que mucho antes de la aparición anunciada de la Covid-19, los mexicanos inscritos en los dos grandes sistemas de atención de la salud pública -IMSS  e ISSSTE- ya padecíamos por una serie de insuficiencias en la atención. La programación de cirugías, por ejemplo, consumía antes de la 4T, muchísimo tiempo y más suerte. Los fármacos también escaseaban. Incluso en ocasiones algunos médicos de estos dos grandes sistemas se permitían sugerir a sus pacientes de confianza la compra de medicamentos y aún la realización de exámenes médicos “por fuera”, como solía decirse, como una alternativa para acelerar los tratamientos médicos adecuados. Pensar por ejemplo en radiografías, equivalía a largas filas o incluso a repetir la visita a la clínica uno o más días después con la esperanza de que alcanzaría una ficha. Había excepciones, claro, que confirmaban la regla. El agobio para los médicos era una constante. Se les sometía a una presión casi insoportable porque debían atender a un número elevadísimo de pacientes. Lo hacían, pero con el consiguiente deterioro de la relación médico-paciente.

El Instituto Nacional de Ciencias Médicas Salvador Zubirán, u otros institutos de su tipo como por ejemplo el Instituto Nacional de Perinatología, instituciones fundadas en tiempos del PRI, constituían -todavía aunque cada vez menos- centros de salud de excelencia por la calidad de su infraestructura, instalaciones y ni hablar de su personal altamente profesionalizado y humano. Cada mañana por ejemplo, esas instituciones y otras similares, se convertían en una especie de fábricas de atención, salud y aún milagros para centenares de pacientes. 
Este par de sistemas se encuentra colapsado hace tiempo debido a una demanda creciente, que topa con una baja inversión de los gobiernos sucesivos de hace décadas. La 4T tampoco ha tenido un mejor desempeño en este sector.
Un intento por paliar en cierto grado esta situación fue el sistema denominado Seguro Popular. De algo sirvió o fue útil, pero la 4T prefirió crear su propia marca a través del Insabi, surgió en la víspera de la peor catástrofe sanitaria que haya vivido el país en tiempos contemporáneos con la aparición de la Covid-19. No nos ha ido mejor con el Insabi.
La austeridad republicana del actual gobierno echó además por la borda los seguros médicos privados que dispensaban algunas instituciones nacionales a sus empleados en general y no sólo a sus mandos medios y superiores como se ha pretendido hacer creer para justificar la supresión de una prestación que aliviaba la salud y salvaba las vidas de miles de personas al servicio del Estado y sus familias. 

Con excepción tal vez de los servicios médicos que se otorgan a empleados por ejemplo de Pemex, o las coberturas médicas para las contrataciones de CFE, el resto de los mexicanos sufre cuando aparece una enfermedad porque ni hay dinero para costearlas y tampoco hospitales para atenderse.

Ah, un punto y aparte en el escenario médico nacional, marcado en buena parte por la carencia, lo constituyen sin duda alguna los hospitales y servicios médicos de las fuerzas armadas del país. Esos si y me consta sobradamente, se acercan a los sistemas médicos de países ricos como Canadá, Dinamarca o Reino Unido. Son otra historia, para decirlo en pocas palabras, por la calidad de sus instalaciones, sus equipos médicos de alta tecnología, el profesionalismo de sus médicos y en general de todo su personal. En ese ámbito, la austeridad topa con pared.

Esto en cuanto a las instalaciones y calidad de los servicios médicos que se dispensan en México, al margen claro de los hospitales privados constituidos por supuesto como negocio de sus inversionistas como cualquier otro. No hay pecado en ello si se considera que están destinados a atender a sectores ricos, que nos guste o no, existen y deberán seguir como en cualquier país del mundo occidental, inscritos en el capitalismo.

A este panorama muy general de los servicios de salud, se añaden otras variables que explican la catástrofe sanitaria que vivimos en estos tiempos. Sobra mencionar el pobre desempeño del vocero de la pandemia, cuyo nombre prefiero omitir por respeto a las miles de personas que han enfermado y aún muerto.
Se añaden la demora gubernamental para anticipar una catástrofe, siempre desdeñada y/o minimizada. De igual forma suma la necesidad económica de millones de mexicanos cuyo confinamiento doméstico los condenaría a la muerte económica. No se estableció ningún sistema de apoyo económico para millones de familias del país para las que resulta un privilegio inalcanzable e impensable el quedarse en casa aun en medio de una pandemia voraz.
Sume usted la indolencia, ignorancia o estupidez de muchos mexicanos reacios a observar un mínimo de cuidado ante un virus devastador. Ese segmento ha desdeñado por ejemplo el uso de cubrebocas, la sana distancia, el lavado continuo de manos, consideradas todas ellas medidas de contención del mal. 
Agregue que vastos sectores sociales del país carecen de servicio de agua potable en casa, viven en condiciones de hacinamiento y muchas veces sin un mínimo de medidas higiénicas, asociadas a sus condiciones materiales de vida.
La movilidad y las condiciones de transporte para millones de mexicanos también han contado como un factor importante para la propagación del virus. Añada el desastre en el sistema colectivo de transporte metro en la ciudad de México por estas semanas y podrá evaluar mejor las variables que han incidido en la megacrisis sanitaria que experimentamos los mexicanos.
Y aunque el virus ha impactado en prácticamente todos los segmentos socioeconómicos del país, en algún futuro espero que cercano, podremos conocer datos científicos o técnicos que nos indiquen en qué grado la enfermedad encontró un mejor ambiente para una mayor propagación por la pobreza mayoritaria en México hasta determinar el coctel letal que aún hoy avanza.

This email address is being protected from spambots. You need JavaScript enabled to view it.
@RoCienfuegos1