Es la política, estúpido

¿Y ahora qué harán los priistas en el Congreso? El presidente Andrés Manuel López Obrador les acaba de lanzar un cascabel con su iniciativa de reforma eléctrica. Y si en los tiempos de don Porfirio Díaz se atendía el apotegma del máximo jerarca de poca política y mucha administración, ahora en el

mandato del artífice de la 4T es mucha política y poca administración.

Es la política, estúpido, podríamos parafrasear a Bill Clinton al recordar que fue el lema que en 1992 lo llevó a la Casa Blanca y le permitió desterrar del poder a George Bush padre.

Durante su prolongada presidencia, Díaz se preocupó por la pacificación del país porque entendía que de esa forma se elevarían las inversiones y se mejoraría el funcionamiento del gobierno. No le faltó razón.

Bajo esos principios, pronto el país también creció, se modernizó y la economía se desarrolló. Hubo empleo.

Hoy, más de 100 años después, el inquilino de Palacio Nacional hace mucha, muchísima política para acumular poder, para garantizar que el pueblo sea su ángel de la guarda como acaba de presumir en Puebla con el evidente propósito de minimizar e incluso desaparecer el portazo de Huauchinango, catapulta para el relanzamiento de la política, otra vez, de la conquista de la plaza pública, su esencia y razón de ser y del ejercicio de su poder, el de él, el que manda al diablo a las instituciones y determina la justicia conforme a su criterio por encima de la ley, que resulta lo de menos también con base en su criterio. Mucha, demasiada política, excesiva política, pero sólo con el único propósito de mantener, preservar y perpetuar el favor del pueblo bueno y noble, que agradece con una ceguera total el emolumento público gratuito, así y más tarde vaya a resultar sumamente caro.

Este objetivo, la política, es el número uno del número uno del país. Lo demás, la economía, la seguridad, la pandemia, la inversión, el crecimiento, la infraestructura, la innovación, la ciencia, las energías limpias, la tecnología, la educación, y siga usted contando y/o enumerando temas, son lo de menos. La clave de esta gestión es la política, la conservación del poder, el imperio de la popularidad sustentada en nombre de un pueblo proclive, por necesidad y abandono al mismo tiempo, a la dádiva, el discurso, la fe y la esperanza en sus redentores.

La consulta el uno de agosto pasado para presuntamente determinar el enjuiciamiento de los ex presidentes neoliberales y la que viene en marzo de 2022 asociada al referéndum revocatorio constituyen dos ejemplos meridianos del quehacer y objetivo políticos del presidente, siempre la política como eje de una gestión.

Así, y ahora con la reforma eléctrica planteada, que es lo de menos, se persigue esencialmente un propósito político en el que según López Obrador “cada quien tiene que asumir su postura”. El tema, envuelto en la reforma energética, es político, y en ello va el futuro del propio PRI. López Obrador lo sabe de sobra. El debate se tornará político, si no es que ya lo es. El dilema lo plantea así el presidente: “si se quiere que se conserven como empresas públicas Pemex y la CFE, o se quiere desaparecerlas, como ya se ha intentado en el periodo neoliberal, cuando buscaban que el mercado de las gasolinas y de la energía eléctrica quedara en manos de particulares, de empresas extranjeras. Debe existir definición”, exigió.

Ratifica el reto: “El PRI debe definir si seguirá apoyando la privatización como lo hicieron desde el gobierno de Carlos Salinas, cuando se dio la alianza entre el PRI y el PAN, se privatizaron bancos y se avanzó en la privatización de Pemex”.

Curiosamente, López Obrador vinculó al porfiriato al neoliberalismo. “El antecedente del neoliberalismo es el porfiriato”, planteó el mandatario. Es la política. Los priístas tanto como AMLO, lo saben. Que cada quien asuma su postura y sus costos, política.

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@RoCienfuegos1