Como buena parte de sus ideas e iniciativas, siempre asociadas al combate de la pobreza, a favor en especial de los más pobres, y también bajo la premisa de la suprema moralidad,
la propuesta que ayer martes presentó el presidente Andrés Manuel López Obrador al asumir la presidencia del Consejo de Seguridad de la ONU en nombre de México, para que se cree un Fondo para la Fraternidad y el Bienestar por la pingue suma anual de un billón de dólares, resulta seductora, impecable, inobjetable, profundamente humana y digna en una palabra de todo encomio. Y sin embargo, tiene sus asegunes a la hora de una eventual instrumentación.
¿Quién en su sano juicio podría oponerse a aliviar las penurias de al menos 750 millones de personas que, según el presidente, viven con menos de dos dólares por día? Asumo, y me salto la encuesta de esas que también encantan al presidente en nombre de la democracia participativa, que nadie. Si acaso, un puñado de egoístas, profundamente individualistas y, si me insisten, hasta esos clasemedieros aspiracionistas. Es más, si acaso, sólo se opondrían aquellos que rechazan el cambio verdadero y profundo que encarna la Cuarta Transformación, o aquellos que se ubican en el lado equivocado de la historia.
En verdad, ese discurso ante la ONU, que a decir verdad muchos esperábamos con interés debido en buena parte a que hizo incluso que nuestro mandatario dejara el suelo patrio y viajara a la Gran Manzana, conmovió hasta el tuétano a quien esto escribe. Imagínese, describe una iniciativa fraterna y de bienestar en un mundo desolado por el egoísmo, la idolatría, la ganancia del más fuerte, una competencia voraz y tenaz, y por si fuera poco el acelerado apetito del hombre como el lobo del hombre.
Como nunca, se lanzó una propuesta en el seno del máximo foro de naciones que podría, de concretarse, marcar un antes y un después en la historia del egoísmo humano.
Así, insisto, nadie y si acaso, sólo unos cuantos, podrían oponerse a abrir la puerta al paraíso en la tierra. Y no lo tome a mal, pero tan ensoñadora propuesta parece algo más que difícil de ingresar en la agenda internacional de las naciones y/o las empresas, o los magnates de este, nuestro mundo. Ese es el problema central que enfrentará el Fondo para la Fraternidad y el Bienestar. Nada más, pero nada menos.
¿Imagina usted viable que para establecer el Estado Mundial de Fraternidad y Bienestar se haga el cobro de una contribución voluntaria anual del 4 por ciento de sus fortunas a las mil personas más ricas del planeta? ¿O que proceda una aportación similar por parte de las mil corporaciones privadas más importantes por su valor en el mercado mundial y una cooperación del 0.2 por ciento del PIB de cada uno de los países integrantes del Grupo de los 20? México excluido, claro, ante los muchos apuros pecuniarios que pasa. Después de todo, México tiene y sufre con sus propios pobres, que dicho sea de paso, se multiplican a una velocidad que aterra, pese a los buenos deseos que emanan de Palacio Nacional, donde reside el único intérprete fiel de los pobres de este país.
Con base en un juicio sano, ¿usted cree que esto resulte viable para que el fondo disponga anualmente de alrededor de un billón de dólares?, que se repartirían “sin intermediarios”, claro, a los 750 millones de personas más pobres del mundo que demandan con absoluta certeza una gigantesca canasta que dispensaría la limosna universal, e implicaría una especie de pase de charola a las personas, países y/o empresas, del tipo de las que tanto se critica y aún se les ahuyenta de México de manera cotidiana.
Así, parece que el principal problema de las ideas, iniciativas, pensamientos justicieros, principios morales y otros más que lanza el presidente es su inviabilidad práctica, y financiera incluso. Lo animan los mejores deseos, pero bien sabemos que así no funciona desafortunadamente la realidad, y mucho menos constituye la manera de cambiarla. Si, ciertamente, la caridad es una cualidad humana, pero se inventó para compensar la falta de justicia que rige el mundo. Sabemos además que la caridad tampoco resuelve el drama de la pobreza, si acaso puede paliarla en el mejor de los casos. Ojalá todo fuera tan sencillo como regalar dinero al pobre para resolver los problemas que nos agobian como género. Ojalá también fuera posible que los grandes retos humanos se resolvieran a punta de deseos y buena voluntad, si acaso. Es claro que si fuera así, otro gallo nos cantaría. Hace casi tres años, en México se regalan dinero y/o becas, pero la pobreza goza de cabal salud. Y conste, digo esto con pesar y preocupación. Urgen otras fórmulas y aún iniciativas que rebasen la dádiva, una práctica que en la mayoría de los casos degrada y humilla a la mayor parte de las personas porque las convierte en dependientes y termina por hacerlas casi siempre improductivas, además de conformistas y resignadas. Faltan iniciativas viables y realistas, y muchas voluntades prácticas.