Ni lunes ni martes. El presidente Andrés Manuel López Obrador omitió informar ayer martes, como él mismo comprometió la semana pasada,
la respuesta que adelantó daría Washington en estos dos primeros días de la semana en curso a su propuesta para que “todos” los países del hemisferio sean invitados en la inminente Cumbre de las Américas, del seis al 10 de junio próximo en Los Ángeles. Una Cumbre, pues, a la vuelta de la esquina, y que huele desde ahora a fracaso por la tardanza sospechosa que acumula en definirse.
Washington está evaluando la respuesta que espera el presidente López Obrador, es claro. Muy improbable, sin embargo, que, aun con Joe Biden debilitado internamente, vaya a ceder a la iniciativa mexicana. López Obrador aguarda, pero tarda la contestación. La apuesta de López Obrador, audaz si se quiere, tampoco parece encaminada al éxito. Hay un impasse, que afecta a todas las partes involucradas. Fracasa de esta forma la diplomacia del desplante y el choque. Sería mejor adoptar y practicar la diplomacia de la inteligencia, aquella que usó David para vencer a Goliat, la única capaz de hacer renacer la esperanza del débil o desvalido para enfrentar al poderoso.
El senador republicano Marco Rubio dijo la semana pasada que Biden invitaría a Cuba. Habría que confirmarlo, pero se ve cuesta arriba, más aún porque sería la tumba electoral de Biden, que desde ahora se anticipa y aún teme de cara a las elecciones de medio término, ya de suyo comprometidas en alto grado.
Nicaragua se autodescartó, al señalar en voz del dictador Daniel Ortega que no le interesa participar. Ni falta que hacía. Y por lo que toca a Venezuela, tampoco es digerible una invitación de Biden, así este suscriba acuerdos petroleros.
Biden extendió una invitación a España como parte de un esfuerzo para impedir el naufragio de la Cumbre, que se ve incancelable porque implicaría un revés autoinfligido.
Y dicho, con todo respeto, ni Argentina -cuyo presidente apoya la propuesta de AMLO, pero si asistiría- tampoco Bolivia ni Honduras, juntos los tres, y aún otros países más del área, representan la opción compensatoria para México frente al avasallante peso económico, comercial y político de Estados Unidos.
As{i que algo debe estar cocinándose a velocidad intensa en Washington, pero aun así se está demorando mucho la respuesta, lo que ya impactó el tiempo proyectado por López Obrador para saber si su iniciativa se abrió paso o no. Muy empinado que la gane porque más que un juego de inteligencia -insisto- es de choque y desplante. Así no.
De hecho, López Obrador ha anticipado el resultado de su propuesta. Dijo que “hay quienes quisieran que no se llegara a acuerdos, apuestan a eso, a que nos peleemos, a que haya confrontación”. ¡Gulp! Llama la atención su argumento cuando la confrontación la está generando él con una propuesta destinada a antagonizar con el gobierno de Biden, un intento, audaz cierto, de obligarlo a ceder si quiere su cumbre. Washington ha enviado a diversos funcionarios para que dialoguen con el presidente mexicano, entre ellos para empezar el embajador Ken Salazar y aún al senador Chris Todd, quien se habría apersonado hasta Palacio Nacional si no hubiera enfermado de Covid-19. López Obrador no ha cedido, pero podría llevarse una sorpresa con la respuesta que espera de la Casa Blanca.
Aún el correligionario y aliado del presidente, el senador Ricardo Monreal Ávila, ya advirtió lo obvio para muchos: México carece de fuerza para condicionar su presencia en la Cumbre de las Américas, y puede tensar las relaciones con EU. Dijo que México debe ser un buen socio de EU y Canadá. Monreal Ávila se pronunció por la conciliación y no por la polarización con el vecino y socio.
Aun cuando ha defendido la política de no intervención y libre determinación de los pueblos, López Obrador lanza señalamientos intervencionistas como su advertencia de que en tiempos electorales estadunidenses no permitirá cuestionamientos a migrantes mexicanos, porque México no acepta la xenofobia ni el racismo. Qué bueno. Se trata de una postura principista, pero más nada. También dijo que se seguirá defendiendo la regularización migratoria de los mexicanos avecindados en el país del norte, fuente de unos 50 mil millones de dólares en remesas, el principal sustento de divisas del país, incapaz hace años y ahora mismo de generar empleo e impedir el deterioro continuo de la economía. ¿Pero con qué cara se les defenderá si hay pelea con el anfitrión?
López Obrador dice que le tiene mucha confianza al presidente Biden. “Él nos respeta”, argumenta. Se verá en las próximas horas si hay confianza y respeto, pero el tiempo está encima y apremia y a la vista las señales no parecen halagüeñas.
Roberto Cienfuegos J.
@RoCienfuegos1
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