Este viernes se definirá si el presidente Andrés Manuel López Obrador asiste o no a la Cumbre de las Américas en Los Ángeles.
La decisión seguirá a un largo paréntesis, abierto por el propio presidente, al condicionar su participación a la de los mandatarios de Cuba, Nicaragua y Venezuela, tres países que mantienen sistemas anacrónicos e incompatibles con los esquemas propios de las democracias liberales y aún de cierta modernidad.
Es cierto, la condición impuesta por el presidente López Obrador gana el aplauso de quienes se colocan ideológicamente al lado de las izquierdas políticas y aún de quienes reivindican con nostalgia el derecho de los países de gobernarse en la forma en que decidan. Suena bien, pero lo cierto es que esos tres regímenes constituyen sistemas autoritarios, represivos y sobre todo contrarios al derecho de los pueblos a darse el sistema político que decidan en las urnas. Son numerosos los hechos, incluso de carácter represivo, que impiden en esos países desde hace años el derecho esencial en toda democracia: votar y ser votado. Todos sabemos desde hace muchos años, más de medio siglo, las maneras en que subsiste el régimen cubano, si alguna vez prometedor, hoy caduco y envilecido por los afanes de poder y sobrevivencia en nombre de una soberanía inexistente, pues siempre para hacerlo ha tenido que rendirse a los gobernantes de otros países y socios, todo con el objetivo de impedir su propio colapso. Así que solo se ha elegido a otros amos. El caso de Nicaragua es abominable. Daniel Ortega devino en el mejor ejemplo de dictador, mucho peor incluso que aquel al que combatió, Anastasio Somoza. Una vergüenza nacional e internacional. Y en el caso de Venezuela, las cosas no han sido mejores. Tras el acuerdo de Punto Fijo que alumbró la democracia una vez derrocado el dictador, Marcos Pérez Jiménez, y el desgaste de los dos partidos tradicionales, Acción Democrática y el socialcristiano Copei, sobrevino el golpe de Estado que encabezó sin éxito en febrero de 1992 Hugo Chávez Frías, luego elegido presidente de la que más tarde se autodenominó Republicana Bolivariana de Venezuela. Vea usted hoy la crisis en que está sumido ese país, el más rico potencialmente de América Latina. Hoy Venezuela es una desgracia, comandada por un presidente apoltronado en el poder que heredó de Chávez Frías. Ninguno de estos “mandatarios” ha cumplido con sus países. Por el contrario, los han hundido en una crisis permanente, de la que muy difícilmente saldrán en poco tiempo y menos a bajo costo. Han dado la espalda a figuras que dicen venerar, entre ellos por ejemplo, el gran Nelson Mandela, quien tras derrocar el sistema del Apartheid en Sudáfrica, gobernó y se fue del poder. Esto aun cuando pudo perpetuarse en el mando de ese país. Gran lección, desechada por quienes hablan con frecuencia de ejercer el poder de manera democrática. Falacias.
Esos son los gobernantes por los que López Obrador aboga ante Washington en nombre de la fraternidad y el presunto advenimiento de una nueva época continental. Sus motivos tendrán. Pero este viernes, cuando se anuncie, como se tiene prometido, la decisión final, quedará claro si se sirve a México y sus intereses superiores, o se pretende defender lo indefendible, así esto sea en nombre de una nueva época en las relaciones internacionales de la región y aún del continente. Contrasta esto con el hecho de que ninguno de esos países ha cambiado un ápice en décadas. No se olvide esto.
Hace más de dos décadas, en una visita a la isla, el papa Juan Pablo II dijo: "Que Cuba se abra al mundo con todas sus magníficas posibilidades, y que el mundo se abra a Cuba". ¡Nada, absolutamente nada!
Roberto Cienfuegos J
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@RoCienfuegos1