El hecho de que los precios de los alimentos en México estén cada vez más altos, un factor crítico sobre el índice inflacionario que flagela de manera
creciente a los más pobres del país y aún a las clases medias, y que el gobierno está tratando de contener a través de un acuerdo para impedir una escalada en al menos 24 bienes de la canasta básica, es una alerta crítica, pero sobre todo una voz que llama a la acción.
Aun y cuando México es el décimo país productor de alimentos y el séptimo exportador de estos a escala mundial, según datos del Consejo Nacional Agropecuario, es también un importador creciente de granos básicos.
Antes de la invasión rusa en Ucrania en febrero pasado, con sus repercusiones negativas en los precios de alimentos y energéticos, México registró importaciones en 2021 de maíz, trigo, frijol, soya y canola con compras equivalentes a los 38 millones de toneladas.
En granos básicos, y pese a las proclamas oficialistas de que somos un país independiente y soberano, resulta que se importa casi el 40 por ciento de lo que consumimos. De arroz, por ejemplo, compramos hasta el 84 por ciento, de maíz, 36 por ciento, de trigo, 65 por ciento y de soya casi el 100 por ciento.
El dirigente de la Confederación Nacional de Organizaciones Agropecuarias y Forestales, Armando Rendón Barreda, advierte que una eventual crisis alimentaria tiene el potencial de afectar en forma directa a por lo menos 18 millones de mexicanos, lo que supone graves riesgos de tensión social y económica.
Por ello, señala, es urgente la producción de granos básicos, maíz, frijol, arroz y trigo, entre ellos.
Luis Rebollar, un empresario vinculado al campo y quien se autodefine como un “campesino urbano”, cree que la crisis imperante que se manifiesta en precios altos de alimentos, impacta de manera grave a los que menos tienen. Reacio a los controles de precios que considera contraproducentes, Rebollar expresa que es muy fácil pedir a otros que bajen sus ganancias, pero “no hay incentivos fiscales para hacerlo”. Esto aun cuando está consciente de que el alza de precios es insostenible. La clave, según Rebollar, está en dejar que el mercado haga su parte, ponerse a trabajar para generar empleo y que las empresas produzcan más. Pero también emprender el camino de la producción para el autoconsumo.
A la urgente producción de alimentos se añade, indica, la manera en como se están produciendo los nuevos alimentos, repletos de pesticidas y herbicidas, que se emplean para generar una producción más rápida.
Rebollar propugna una iniciación inmediata a la práctica de la agricultura urbana. Recuerda que recientemente participó en España en un foro de jóvenes líderes como parte de la denominada Agenda 20-30 de Naciones Unidas, donde planteó la obligatoriedad para todos los ciudadanos en las grandes urbes de que comiencen a desarrollar al menos un metro cuadrado de cultivo, ya sea horizontal o vertical, lo que en el caso mexicano garantizaría en la zona metropolitana del Valle de México unos diez millones de metros cuadrados para producir alimentos en una buena cantidad, limpios y/o sanos.
Según Rebollar, el objetivo es superar la fórmula de consumir alimentos de precios altos y mala calidad porque se producen con pesticidas y herbicidas.
Es curioso, señala, que los consumidores cada vez que compran un teléfono o un auto, por ejemplo, indaguen a fondo en dónde se produce, pero cuando se consume carne o un huevo, nadie se pregunta cómo lo hacen y cuál es el proceso de producción.
“La mala calidad de lo que nos metemos en la panza no importa”, indica. Añade que entre las teorías del origen del Covid-19, aparece el consumo de alimentos, pero a la mayoría de las personas no les importa saber de dónde vienen y más bien la atención se fija en las cosas materiales que se atesoran. Si bien, cree que la pandemia del coronavirus no tiene beneficios, espera que al menos sí tenga reflexiones y haga razonar sobre lo que “comemos y más ahorita”, en un escenario de precios altos de los alimentos y aún en riesgo de insuficiencia.
Recordó, además, que más del 70 por ciento de las legumbres que se consumen en la ZMVM se riega con aguas negras. Por ello, indica, él está alentando una producción de alimentos en las zonas urbanas.
Narra que en un rancho que opera en el Estado de México en su papel de “campesino urbano”, ya produce maíz, calabaza, mango, guanábana, mamey, guayaba, mandarina, plátano, pistache, café, zapote, naranja y mango, este último hasta en siete especies, entre ellas el denominado mango machete que no es fibroso, y tiene un hueso de no más de tres milímetros y no es extremadamente dulce.
Rebollar cree que en México hablamos mucho y hacemos poco, pero esta crítica no suena amarga, lastimosa y menos inhibidora de la acción. Por lo pronto, Rebollar impulsa el programa “Sembrando conciencia”, que tiene como objetivo “crear agricultura urbana básica, después de aprender a fertilizar y más tarde de generar un ecosistema”.
“Sembrando Conciencia” es un movimiento que consiste en invitar a las personas a la agricultura urbana como una necesidad primordial, que es la alimentación, como un tema de limpieza de aire y como una necesidad de devolverle algo de lo mucho que se ha gastado” del planeta.
Plantea que aún en las azoteas de casas y departamentos hay forma de hacerlo. “Todos tenemos manera de empezar con la agricultura, hasta en cubetas si las llenamos con tierra”, indica.
Es posible, añade, fertilizar de manera orgánica para que no tengan que usar abonos con químicos o pesticidas, que impactan el medio ambiente y son potencialmente dañinos para la salud de las personas.
La agricultura urbana debería ser vista como una alternativa viable para salvar parte del mundo donde vivirán nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos y donde cada vez será más complicado el tema de la alimentación, anticipa.
Expone que mediante el uso de la denominada “agua sólida” es posible reducir hasta 60 por ciento el consumo de agua para riego, y aún el tema de la composta, que hace que de un 100 por ciento de basura se pase a solamente 20 por ciento con base en el aprovechamiento de papel, cabello, cascarones, la comida vegetal que se le da a las lombrices y todo el desperdicio vegetal, hasta el pasto, la papaya, las frutas y las verduras, van a un contenedor para compostarse. Y esto es susceptible de hacerse con frutas y verduras. “Todo”.
Es un hecho, subraya, que las lombrices se comen lo que se echa a perder y no lo que está vivo. “Son una parte increíble del ecosistema, en donde aún los niños podrán convivir con eso y notarán que es un tema extraordinario.
De igual forma, es posible generar ecosistemas, donde haya peces, lirios, lombrices, se alimenten, crezcan, y defequen, que sería el tema orgánico del abono”.
En resumen, ratifica, “Sembrando Conciencia” creará “la agricultura urbana básica, después cómo fertilizar y cómo crear después un ecosistema”.
¿Qué dice? ¿Usted estaría dispuesto? Al menos, intentarlo. ¿No cree?
Roberto Cienfuegos J.
@RoCienfuegos1
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