Crisis e imperio político

En medio del imperio político construido por el presidente Andrés Manuel López Obrador, quien apuesta a preservarlo más allá del 2024 cuando

concluirá su mandato constitucional, así lo niegue, los mexicanos, al menos los que han decidido estar al margen de la llamada Cuarta Transformación, enfrentan una severa crisis política ante la ausencia de alternativas políticas cuando se acorta el calendario para las próximas elecciones presidenciales.

Está claro que al menos hasta ahora, millones de mexicanos no encuentran una ruta para dar cauce a su disenso no sólo con el presidente López Obrador y su muy peculiar estilo de gobierno, sino para resolver el día a día de ese estado, que se perfila o traduce en forma creciente en un malestar sin cauce.
Esto como consecuencia no sólo del accionar y las formas políticas del hoy inquilino de Palacio Nacional, sino sobre todo por la ausencia, primero de una clase política genuinamente opositora, sino en particular de figuras políticas en estas filas, de relevo para encauzar ese malestar que al menos por ahora se traduce en un desasosiego nacional. Lo grave es que suman millones de mexicanos que no encuentran representación política para dar cauce al rechazo -no un asunto menor- que se registra hacia el hoy titular del Ejecutivo Federal, no por él en sí mismo, sino por su “modito” de gobernar.
Al igual que antes del ascenso al poder de López Obrador, a quien muchos consideraron desde entonces un auténtico peligro para México, hoy esos mismos millones de mexicanos e incluso más si se considera el ámbito de los desilusionados, no tienen a la mano alternativas políticas.
Si antes los dos partidos políticos tradicionales, aludo claro al PRI y al PAN, no entendieron la responsabilidad de gobernar al menos medianamente bien, lo que explica el ascenso de López Obrador y la responsabilidad histórica de ambas agrupaciones políticas al abrirle la puertas del escenario nacional y aún del poder, hoy esos mismos partidos están faltando con creces a su responsabilidad de reconducir al menos el futuro inmediato de México, lo que constituye una crisis política absoluta para el país, que no encuentra vías de reemplazo.
Recientemente un jefe militar me contó que en 2018, el año del ascenso al poder de López Obrador, decidió su retiro de las filas del Ejército, donde se formó y sirvió por más de 30 años, por su rechazo al nuevo jefe del Ejecutivo federal. Lo hizo convencido de que vendrían años malos para el país y por supuesto para los militares. Aludo a un profesional de la medicina, con formación exigente y aún una especialización en la Sorbona. Me confió estos comentarios hace menos de un año. El militar, un profesional cabal, también me dijo que ya ni siquiera estaba preocupado e inconforme con el gobierno de López Obrador, sino altamente preocupado por la permanencia de la 4T más allá del 2024.
Me confió además que sus compañeros, también militares de alta graduación aún en servicio luego que decidieron permanecer en las filas castrenses y otorgar el beneficio de la duda al gobierno de la 4T, ahora se encuentran arrepentidos, dolidos e inconformes con su decisión de permanecer en activo, e igualmente preocupados por el futuro político inmediato del país.
Al igual que muchos militares, millones de mexicanos se sienten decepcionados de la 4T. Otros anticiparon la mala época y muchos más, responsabilizan a los partidos Pri y Pan del ascenso al poder de López Obrador, quien, astuto como es, aguardó y aguardó por muchos años para hacerse del poder, aun cuando sostenga lo contrario.
En estos años de gobierno, López Obrador ha construido un imperio político con la complacencia e incapacidad en buena parte de otras fuerzas políticas, responsables -insisto- de encabezar gobiernos incapaces y corruptos.
Un animal político como pocos, y gracias a su prolongada vida política, López Obrador es hoy amo y señor de vidas y haciendas de quienes se asumen como opositores. Es un gran capital político que le ha permitido acallar, disminuir, desaparecer y aún mantener en un puño a sus adversarios. El ejemplo supremo de esto es el patético Alito. Pero no es el único, hay muchísimos más. El que se mueva, o intente siquiera rebelarse, enfrentará la cicuta. Así que prácticamente nadie se mueve.
Los mexicanos, muchos al menos, carecen hoy de capacidad de organización y, peor aún, de un líder con tamaños suficientes para encauzar una nueva representación.
Peor aún, es que millones de mexicanos ni siquiera tienen el ánimo de exigir. Las dádivas gubernamentales y el discurso del poder han doblado cualquier voluntad, sobre todo en un país de nueva cuenta exacerbadamente presidencialista. No hay duda que fue una apuesta exitosa erigirse en un mesías capaz de quebrar cualquier espíritu impetuoso, si es que existiera.
Pobre México, sin oposición, una baja o escasa representación, un pueblo sin vías para la reclamación organizada y un Dios que dicta el destino.
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@RoCienfuegos1