Resulta válido poner en duda la veracidad del contenido del libro “El Rey del Cash”. Sobre todo, y de manera especial si se está convencido
y se tiene la fe absoluta y ciega en que Andrés Manuel López Obrador es un político inmaculado, incapaz de incurrir en alguna tropelía, un líder auténtico al que nunca le ha interesado el dinero y que sólo ha tenido una vida dedicada al ciento por ciento al cumplimiento de sus ideales. Es válido, insisto, asumir que el hoy presidente de la República jamás se ha manchado su albo plumaje, así haya dedicado toda su vida al ejercicio político, a la búsqueda del poder, que es en esencia la política. También es válido, considerar que López Obrador jamás y a lo largo de muchos años violentó un solo principio moral de los muchos que proclama con frecuencia en la matutina en Palacio Nacional para inspirar la vida, toda, de México y de todos y cada uno de los mexicanos. Es válido entonces defender la inocencia y aún la verticalidad a ultranza y a toda prueba del presidente, a quien no pocos en México consideran un genuino mesías, que alcanzó el poder supremo nacional para hacer una sola cosa: el bien. Muchos mexicanos también consideran una auténtica fortuna la coincidencia entre el ejercicio presidencial de López Obrador y el estallido de la pandemia por el coronavirus, e incluso la crisis económica del país, derivada de la invasión rusa en Ucrania.
De igual forma, juzgan un hecho afortunado que el hoy presidente haya llegado al poder justo para detener la ola neoliberal que azotó a México por casi cuatro décadas, salpicada claro de una corrupción que asocian al pasado inmediato, pero que caducó con el ascenso de la 4T. Para quienes creen todo esto, más muchas cosas más, entre ellas el fin de la impunidad y la vigencia plena de derecho en México, resulta entonces absolutamente válido dar por una falsedad más el libro de Chávez, a quien de ribete califican de una mujer despechada, así esto último constituya una expresión misógina en extremo. Pero eso tampoco importa.
Es válido dar entonces por hecho que López Obrador sólo está animado, inspirado por las causas más nobles y excelsas en toda la historia mexicana. Nadie como Él había llegado al poder político supremo de México. Él es el antes y el después de la historia política mexicana. Mucho menos se le podría comparar con sus antecesores neoliberales porque sería eso sí un insulto supremo. Él es diferente, llegó al poder supremo de México después de una brega intensa, dolorida, colmada de sinsabores y jamás traicionará a nadie porque su credo es “no robar, no mentir y mucho menos traicionar”. Tampoco sabe odiar y la venganza tampoco es lo suyo. Nadie, nadie antes que López Obrador, había comprometido su quehacer político con estos valores supremos de la moral y la decencia. Él sí pudo y puede hacerlo porque nada hay en su historia personal y política que pudiera ensuciar su solo nombre. Impensable. Es además Él un político que duerme muy bien porque a diferencia de todos los demás, él tiene la conciencia tranquila. Él es el tipo de político que nace sólo una vez cada cien años, según da fe la gobernadora de Campeche, Layda Sansores.
López Obrador es también la encarnación de la nación, del pueblo, y la patria, la magnífica trinidad pues en una sola persona, según los senadores de Morena.
También López Obrador ha recibido el reconocimiento de dignatarios extranjeros, entre ellos el ex presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, quien en marzo de este año se refirió al hoy presidente mexicano como “un regalo para México”.
Lula dijo que un hombre como López Obrador no nace todos los días y menos llega a alcanzar la Presidencia de la República. Hay otros elogios de la figura de López Obrador. Evo Morales, por ejemplo, otro de los fervientes admiradores del jefe del Ejecutivo mexicano, asegura que éste sostiene, inspira y revitaliza a la izquierda latinoamericana, un baluarte continental.
Así podríamos seguir con una larga lista de admiradoras y admiradores que ven en López Obrador un prohombre, inmaculado en el arte de la política, que nunca se equivoca y siempre tiene la razón. Y todo esto es válido, insisto. La única pregunta al caso y si acaso sería: ¿hay pruebas de todo esto? Se vale preguntar ¿no?
Roberto Cienfuegos J.
@RoCienfuegos1