Imposible dejar de advertir que lo que viene es candela. López Obrador y sus huestes, claro, tienen en la mira a la
Suprema Corte de Justicia de la Nación. Todo porque el máximo tribunal constitucional de este país, sepultó en pleno ejercicio de su mandato CONSTITUCIONAL el denominado plan “B” de la reforma electoral, que el padre de la 4T y sus esbirros, o sirvientes si usted prefiere, aprobaron sin guardar las formas del proceso legislativo, que -hay que ratificarlo- existen, aun cuando se les haya obviado para satisfacer la exigencia de un solo hombre y, al mismo tiempo, garantizar la permanencia y aún crecimiento de las ambiciones políticas de los secuaces en el Congreso de la Unión, que pese a este traspié, van por más porque quieren mucho más. Así que están convencidos de que es ahora o nunca, y no van a correr el riesgo de dejar hacer y dejar pasar. Van por todo.
De hecho, ya lo dijo el aspirante presidencial Adán Augusto López Hernández, de momento encargado de la política interior. En Baja California, Adán Augusto dijo ayer mismo que la transformación, iniciada por su paisano, “no es un ave de paso”, lo que hace ver que están decididos contra viento, marea y la Corte Suprema, a volar más alto y mucho más lejos.
Tras el revés el lunes que resintió la primera parte de la reforma electoral, ayer martes López Obrador -cuyo discurso sólo esperaba el podio de la matutina- descalificó -algo rarísimo en él- al poder judicial del país. “No tiene remedio”, dijo. No se quedó allí, que va. Añadió que este poder “está podrido”. Tampoco se conformó con este diagnóstico, que podría haber dicho un oncólogo para confirmar la metástasis de una enfermedad cancerígena. Así ve el presidente de este país al poder judicial mexicano. Por eso dijo que “no tiene remedio”. Por eso ratificó, tras decirlo hace unos días, el denominado Plan “C”, conforme al cual todo se reduce en este momento a un asunto de tiempo, el que media antes de las elecciones federales del 2024, cuando está convencido el señor presidente de que su partido, Morena, y aun los partidos adláteres, conquistarán el favor del respetable para alcanzar la cifra mágica de 334 diputados, con lo que estarían garantizadas para la 4T todas las reformas constitucionales que se les venga en mente, lo que los convertiría en una verdadera locomotora legislativa, al estilo y forma del vetusto PRI, el cual de manera paradójica y en contraste con Morena se encuentra en un virtual proceso de extinción, acelerado por las machincuepas del dirigente conocido como “Alito”.
López Obrador despotricó de nueva cuenta contra la Corte, al acusarla de actuar “de manera facciosa”, y en consonancia con lo que su correligionario, amigo a veces y adversario otras ocasiones, Ricardo Monreal amagó con un juicio político a las y los ministros parte de la Suprema Corte, quizá con excepción de Yasmín Esquivel y Loreta Ortiz, al argumentar el sentido común y de juicio práctico porque -dijo- al Poder Ejecutivo lo elige el pueblo, a mí me eligieron; al Poder Legislativo lo mismo, se elige a los diputados, se elige a los senadores; el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo nombran a los ministros de la Corte y esos señores, que ahora forman parte del supremo poder conservador, que están dedicados a obstaculizar la transformación del país para sostener el viejo régimen, el antiguo régimen de corrupción y de privilegios, ellos deciden que una ley enviada, una iniciativa de ley enviada por el Ejecutivo, aprobada por la Cámara de Diputados y por la Cámara de Senadores no es válida porque los legisladores violaron los procedimientos internos que ellos, los legisladores, tienen aprobados de manera autónoma en forma independiente". Pácatelas. Sólo faltó que recriminara a los ministros de la Corte por mandarse solos.
Defendió eso sí -faltaba más- a los legisladores porque “no violaron absolutamente nada, nada”.
Dijo que en un acto de prepotencia y de autoritarismo, los ministros de la Corte se atrevieron a cancelar la ley, la misma que según su particular concepción y acomodo, debe quedar por debajo de la justicia conforme lo demande la circunstancia. Esos ministros, abundó, “están al servicio de una minoría rapaz que se dedicó a saquear al país y que quieren regresar por sus fueros, ahora con el apoyo del Poder Judicial”. Pamplinas.
Una pregunta al margen: ¿regresar por sus fueros? ¿Pues no es que los conservadores, rapaces y opositores, están derrotados moralmente? Ni tanto, tal vez podría uno pensar o suponer siquiera.
En consecuencia y conforme sus designios superiores, anunció el plan “C”, asume uno su arma más letal, la definitiva, aquella ante la cual quedarán fulminados todos aquellos que lo adversen y que aún pretendan oponerse a los ideales más caros y nobles del pueblo mexicano, parte del cual somete a su heráldica más sólida.
Así lo primero, primero será conquistar la mayoría calificada en el Congreso para que una vez sumada “se puedan hacer reformas a la Constitución”, algo que uno supone falló en el denominado plan “B” porque -lo dijo el propio presidente- la mayoría simple no permite que haya reforma a la Constitución. Ah, pero y ¿entonces? ¿Cómo acepta que se intentó una reforma por la puerta baja del Congreso?
De manera pedagógica, hizo ver que “quienes están por la transformación del país tienen mayoría en la Cámara de Diputados y en la Cámara de Senadores, pero no tienen mayoría calificada, porque la mayoría calificada implica no 50 por ciento más uno, sino dos terceras partes de los votos, y la Constitución sólo se reforma cuando se tiene esa mayoría calificada
“. Ah, un pequeño detalle.
Con ese tono patriarcal, pedagógico -insisto- explicó: “De 500 diputados, son 300 de mayoría y 200 plurinominales, 500. Para poder reformar la Constitución se necesita 334”. Así que hay que ir por los 334 en la próxima elección para poder llevar a cabo reformas constitucionales. “Ese es el plan “C”. ¿Queda claro?
Pero antes de alcanzar el número mágico de 334, habrá que lidiar con la Suprema Corte de Justicia de la Nación, la última trinchera constitucional de este país y, en consecuencia, en una situación de vulnerabilidad porque como apuntó hace unos días el ex canciller Jorge Castañeda: “nadie aguanta todo, todo el tiempo. Esa parece ser la apuesta del régimen”.
Roberto Cienfuegos J.
@RoCienfuegos1