GENIO Y FIGURA
No es fácil convivir con los genios. Y no hablo de compartir el día a día -la regadera, el comedor o las llaves que abren la puerta-, sino de esa convivencia que se experimenta a la distancia, donde uno, bien lejos del de mente brillante, no tiene más que enterarse de cada uno de sus movimientos para enjuiciarlos con tranquilidad, como si haberlos llevado a cabo hubiese sido tan simple como anudarse las agujetas.