Opinión

“Hoy cumplo un año de estar privada de mi libertad injustificadamente. La venganza de unos, la cobardía y el silencio cómplice de otros, y una procuración de justicia selectiva me tienen aquí.”

Un par de militares veteranos de guerra de Estados Unidos hizo pública la víspera una carta al presidente del Estado Mayor Conjunto, general Mark A. Milley, el jefe castrense de mayor rango de ese país, para exponerle sus temores sobre las asechanzas de Donald Trump y un eventual manotazo constitucional de éste si es que pierde las elecciones del próximo tres de noviembre.

Benditas coincidencias de nuestra tierra pródiga; los vientos de la casualidad, la inesperada conjunción de los astros, el imprevisible y caprichoso azar, nos han traído al ansiado testigo: Este ímprobo e impresentable personaje que, a decir de sus captores mostrará a la concurrencia, sin ambigüedades ni artilugios, la inmoralidad y la podredumbre del viejo conservadurismo frente al inmaculado rostro de la gestión en turno. 

Para frenar la velocidad con que lleva a México y a los mexicanos a la catástrofe y a la ruina, pero también para evitar la bancarrota que ya se percibe de su gobierno de la malhadada 4T, al Presidente López Obrador no le queda otra más que rectificar –y pronto- su forma y peculiar estilo de administrar al país.

No se trata de intrigar, y mucho menos de pretender lanzar acusaciones vanas, por el contrario, los hechos indican que pese a todo el esfuerzo de muchos años por contener la violencia causada por el tráfico de estupefacientes, hasta ahora los cárteles gozan de cabal salud y particular afecto de quién presuntamente debiera encabezar los esfuerzos para su erradicación.