
El 20 de noviembre de 1910, con la promulgación del Plan de San Luis, dio inicio la gesta revolucionaria que tuvo como principal objetivo el derrocamiento de un régimen oligárquico y despótico encabezado por Porfirio Díaz. Bajo la primicia romántica e ingenua de que la democracia sería el remedio para los males que aquejaban al país, Francisco I. Madero llamó a la lucha armada, sin considerar que el cúmulo de 500 años de inconformidades, injusticias, abusos y excesos de la oligarquía política, de las clases sociales dominantes y del clero oscuro e hipócrita, habría de encontrar voz a través del tronar de la metralla y el sonar de los cascos de caballos; estaría caracterizado por cananas, carabinas y “adelitas”; y estaría marcado por el desorden y la inestabilidad social, política y económica del país.