Opinión

La ideología, ese sistema de ideas y de conceptos fundamentales que convertidos en verdades inmutables por un individuo o una colectividad caracterizan su visión del mundo, puede a menudo desvincularse de la realidad, escalar a través de la abstracción y de la atemporalidad hasta los linderos de la utopía.

No es fácil intentar retroceder en el tiempo, pero tampoco imposible. Si de lo que se trata es de mostrar y demostrar que se tienen ideas arcaicas, procedimientos que hace muchos años se ensayaron y no dieron resultados, pensar como lo hacían los gobernantes en los tiempos del partido

La masacre de 303 chinos fue un hecho trágico ocurrido en México hace más de 110 años, ahora calificado como “un pequeño genocidio”, pero borrado de la memoria pública, que recientemente ha tenido notoriedad gracias al acto oficial del gobierno federal en el que se pidió perdón al pueblo chino por ese acontecimiento histórico que, además, es el tema central de la obra La casa del dolor ajeno. Crónica de un pequeño genocidio en La Laguna. (2015), de Julián Herbert, escritor polifacético nacido en Acapulco, pero “norteño por convicción”, que siendo muy joven llegó a vivir a Coahuila y por voluntad propia ahí se estableció hasta la fecha.

En estos tiempos en los que la presencia del crimen organizado como poder fáctico en importantes regiones del país no asombra pero genera zozobra social y pauta alejar de las urnas al elector, es vigente la pregunta: ¿quién mató a Luis Donaldo Colosio Murrieta y quien armó a la mano asesina?

La fanatizada le compró eso de que sería el mejor encuentro de la historia, que esta selección y su encendido director técnico no eran como los anteriores equipos, que ahora si pasaríamos del quinto partido. Que se agarren las demás escuadras porque estás nuevas piernas anotarían tantos goles que harían gritar al público bueno en las gradas, se acabó la corrupción y compra amañada de jugadores, ningún favor entre amigos ni entre familiares solo los mejores, los más honestos. 

Son las diez de la mañana. Juan ha terminado su encomienda en el crucero complejo de la Ciudad de México. Durante ese tiempo sus oídos quedaron atrofiados por el ruido de motores y bocinas ensordecedoras que hacían sonar automovilistas desesperados por avanzar hacia sus destinos; al tiempo que —en el mejor de los casos— ignoraban sus indicaciones, le insultaban y aventaban los carros poniendo en riesgo su integridad, como si su condición de persona no importara por el hecho de portar el uniforme.