Opinión

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Sin lugar a dudas Marcelo Ebrard Casaubón es un personaje singular de la política mexicana. Y no es que el señor Ebrard sea uno de mis políticos preferidos, por el contrario, es uno de los que más he criticado y quizá condenado por esa habilidad que tiene para hacer negocios con la Ciudad de México desde hace poco más de treinta años. Sus comienzos fueron con Manuel Camacho Solís, con quien lo une una entrañable amistad. El lo formo y lo llevo de la mano para hacerlo crecer durante el salínato, al grado de que lo convirtió en el Secretario de Gobierno del entonces Departamento del Distrito Federal, previo paso por la Secretaria General del tricolor y la Dirección General de Gobierno.

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Sin lugar a dudas el gobierno de Enrique Peña Nieto se ha distinguido por su proclividad para aprovechar a los medios de comunicación en sus tareas de difusión de los alcances en las metas programáticas. El mismo Presidente de la

asi le fue

El presidente Enrique Peña Nieto, celebró en Zapopan, Jalisco, celebró la captura de Servando Gómez, alias La Tuta, líder del grupo criminal Los Caballeros Templarios, afirmando que su presencia lastimó durante muchos años a los michoacanos.

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Ya empiezan a levantarse más voces para poner un alto a los actos vandálicos y que diversos sectores sean rehenes de grupos adoctrinados, que exigen prebendas a cambio de nada, sólo por el hecho de escudarse en siglas supuestamente de combatividad y defensa de los derechos, aunque el trasfondo sea otro ¡basta!

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Hace cinco meses que este país perdió la calma y entro en una dinámica de confrontación y protestas. Y no es que los mexicanos seamos proclives a levantarnos para realizar marchas, plantones, mítines y cuanta ocurrencia tienen esos que han hecho de la inconformidad una industria, simplemente es que hay quienes han desarrollado esa habilidad y viven cachazudamente de ella. Y la culpa la tienen las autoridades de los tres órdenes de gobierno que a causa de las complicidades partidistas o del temor a verse rebasados por los grupos antagónicos, ceden a la primera y con ello sentencian a las instituciones a padecer por tiempo indefinido ese camino que bien aprendieron a recorrer.