Ciertamente un Estado se conforma de fuerzas que le dan vida y que conviven en un complejo dinámico en el que el poder es el motor y objetivo primordial. El guardián de ese poder es, precisamente, el gobierno, que es el único legitimado para poder ejercerlo, pues de lo contrario, toda la vida social se volvería un caos en el que volveríamos a lo más primitivo de la raza humana. Por ello, la ambición por poseerlo se vuelve tan grande. Es tan preciado como el oro más puro, como el sabor más armónico o el olor más desquiciante. Se vuelve altamente adictivo, pues quien lo prueba difícilmente puede vivir sin poseerlo ni ejercerlo. Por ello, como buena droga, atrapa al adicto al grado de cegarle la razón y obligarle a hacer todo lo que esté en sus manos para poseerlo.