Cuando los gobernantes aprovechan sus encargos para fines distintos que el de administrar los recursos públicos en beneficio de los ciudadanos, gobernar para todos y coadyuvar en la construcción del futuro previsible, están traicionando no tan solo a los electores, sino al país porque están faltando al juramento que hicieron al tomar posesión del encargo y que está consignado en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, lo que quiere decir que están cometiendo el delito de traición no tan solo a la gente que los votó, sino a las instituciones que les permitió en su régimen de libertades acceder al estatus que debiera ser sagrado: servir a los demás. Pero muchos prefieren el camino de la corrupción, del disfrute de prebendas con el dinero de los ciudadanos, y en la mayor parte de las veces con un cinismo que raya en lo grotesco.