Sin lugar a dudas la elección del domingo venidero se significará como el antes y el después de la democracia mexicana. Y no es que trate yo de hacer predicciones, y lo único que hago es observar la marcha de los acontecimientos en nuestra lamentable realidad. Sin pretender asumirme como fatalista, llevamos ocho meses estacionados en Ayotzinapa y no se avizora el día en que podamos deshacernos de ese fardo en que se nos convirtieron los 43 muertos de la noche fatídica de Iguala, que en realidad fueron 46, pero que poco importa a quienes mantienen viva la flama de la inconformidad para romper cualquier intento de Enrique Peña Nieto por recomponer la marcha hacia el futuro que prometiera en su campaña a la Presidencia de la República.